No he viajado mucho, los lugares más lejanos que conozco son Salta, al norte y Bariloche, al sur, y el país extranjero, Uruguay. Nací en Paraná, a orillas del río Paraná, ciudad famosa por haber sido capital de la Confederación Argentina, desde 1854 a 1861, y por el Parque Urquiza. Viví allí hasta los treinta y un años, cuando vine a vivir a Rosario.
Aquí, en Rosario, todo siempre me pareció fascinante, la ciudad, la gente, la manera de hablar, las coincidencias con Paraná. Siempre vi a Rosario como una Paraná más grande, más próspera, con personas interesantes.
Cuando vi que había un rosedal, me sentí como el Principito con su rosa. Yo creía que el rosedal de Paraná, famoso porque allí van a sacarse fotos los recién casados y las quinceañeras, era único en el país, y quizás en el mundo; pero cuando conocí el rosedal de Rosario, me di cuenta de que el mío (el paranaense) no era “el” rosedal, sino “un” rosedal, entre tantos.
Cuando me enteré de que aquí también había un Parque Urquiza, también me sentí engañada. ¡Yo había amado mi Parque Urquiza! Y no era el único, aquí, en Rosario, había otro. Y no sólo uno, sino muchos parques más: el Parque Independencia, el Parque de España, el Parque Alem, el Parque Irigoyen, el Parque Scalabrini Ortiz, ¡tantos más!, y yo tenía un solo parque, y era feliz. Bueno, también el Parque Gazzano, donde iba cuando era chica, porque tenía una tía abuela que vivía cerca.
El río Paraná, es el mismo río, sólo que de este lado sale el sol, no se pone.
En Rosario mi primer barrio fue Arroyito, donde queda la cancha de Rosario Central, por eso lo quiero como si hubiera nacido allí. Mientras vivíamos ahí, a pesar de mi desconocimiento y desinterés por el fútbol, me compré un vestido playero a rayas azules y amarillas, para pasear por el barrio y estar a tono con él, ya que todos los vecinos son de Rosario Central y usan esos colores en sus ropas y sus banderas.
Nunca le tuve miedo a las hinchadas, a pesar de lo que dicen los noticieros. En Arroyito hemos caminado con la hinchada, y en sentido contrario a la hinchada que salía de la cancha, y también
viajamos en colectivo con ellos, una vez yendo a la cancha y otra vez saliendo de la cancha, y nunca fuimos agredidos. Luego nos mudamos, y también tuve la oportunidad de caminar por la vereda en sentido contrario a la hinchada de Newell’s, y no llegué a ver ningún incidente. La gente que va a la cancha son gente normal, van muchas mujeres, incluso con chicos, adolescentes solas, familias completas.
También supe,
como ya lo dije en este blog, pero los lectores se renuevan, que los rosarinos no son tímidos, y tienen una gran capacidad de comunicación: si uno le pregunta a un rosarino por una calle que está buscando, esa persona no nos abandonará hasta que se haya asegurado de que vamos a llegar bien. Si le preguntamos por un electricista en el barrio, nos contará la historia de todos los electricistas disponibles y también de los jubilados. Mi teoría es que los rosarinos son quienes se parece más a los italianos, por eso son así, conversadores, interesados por los demás, temperamentales.
En un principio me encontré con palabras distintas: “remo” para “submarino”, (bebida de leche con una barra de chocolate sumergida), “bolas” para los “soplillos” (adornos del árbol de Navidad), “bizcochos de pan”, para las “especiales”, “familiar de milanesa” para un sándwich de pan con milanesa, lechuga, tomate, y quizás jamón y queso (nunca comí uno), “praliné” para “garrapiñada”, “barrilete” para “cometa”, pero lo que más me llama la atención, actualmente, son las expresiones “aguantá” y “listo”. Una expresión como: “aguantá cinco minutos, que ya vengo”, a mí me suena exagerada.
¿Por qué? Porque para mí aguantar es como dice el diccionario: reprimir o contener; resistir; o tolerar a disgusto algo molesto. Es decir, uno se aguanta las ganas de ir al baño, o aguanta parientes molestos en las fiestas navideñas, pero decir, “aguantá que ya vengo” me suena como si yo me estuviera cayendo por un pozo y esa persona se fuera a buscar ayuda.
Y la otra expresión: “listo” la usan muchos comerciantes y taxistas (tal vez la usa toda la gente y estoy conversando poco): “son $7,50”, uno paga y el taxista dice: “listo”. Yo diría, en esos casos, hasta luego, chau, adiós, pero ¿listo? No, no me parece.
Otro ejemplo: Planificamos un encuentro con alguien:
— ¿El sábado a las cinco?
— Sí.
— Listo.
Yo diría “bueno”, “está bien”, “allí estaré”, pero jamás “listo”.
No sé por qué me suenan raras, quizás, ustedes rosarinos, también piensen que yo soy rara porque les digo “soplillos” a los adornos de Navidad, “churrasquera” al parrillero y tengo que pensar dos veces en que es “tenedor libre” aquel restaurante en que uno paga un precio fijo y puede comer todo lo que quiera, o pueda, y no “diente libre”, como se dice en Paraná, para que no se me maten de risa.
Yo sé que algún día nada de lo que escuche me llamará la atención y ese día se viene acercando velozmente, por eso antes quiero escribirlo aquí.